"Reservamos a última hora para hacer un Sábado Santo con un grupo de amigos, habíamos leído las reseñas y aunque las fotos no nos encantaron, las opiniones eran muy buenas. El local aunque parece pequeño es muy amplio por dentro. La decoración es bastante llamativa, no sigue ningún hilo conductor, puedes encontrarte cualquier cosa, y eso quizás es lo que llama la atención, pero sobre todo encontrarás reliquias y objetos vintage, colgados del techo o haciéndote compañía en el baño. Pero vamos a lo que nos interesa, la comida. En nuestro caso pedimos todo para el centro. En primer lugar una ensalada de burrata, que además de la misma llevaba todo tipo de ingredientes, y realmente nos sorprendió, el aliño fue clave. Como no podía ser de otra forma, pedimos un poco de pescadito, en forma de puntilla, bien conseguida la fritura, croquetas de sepia y calamar, muy buenas, y una pata de pulpo que nos encantó, entre frita y cocina y con un puré de patata muy sabroso. Típico de la zona, también pedimos cocas, un par de cada sabor para poder probarlas todas, y aunque estuvo muy reñido creo que todos coincidimos con la de tomate y anchoa. No teníamos hueco para el postre, pero con la cuenta nos sacaron una bandeja con una bombonera que seguía la misma línea de decoración. La atención fue muy buena, sacaron los platos ordenados y a buen ritmo, quizá un poco rápido para que nos diera tiempo a charlar y comer. El precio con dos botellas de vino y alguna cerveza fue de 27€/personas. La verdad que ha sido todo un descubrimiento."